¡Si es que nunca sabes lo que te
vas a encontrar cuando abres una puerta!
Por fin me tocaba parar y descansar un
rato. Desconectar de la reunión. Salí a dar un paseo, a estirar las
piernas, a respirar un poco después de tres horas de mucha intensidad en un
lugar del que no voy a desvelar sus coordenadas. Hacía calor y la jornada
estaba resultando agotadora.
Caminando solo, por las
instalaciones al aire libre encontré un servicio. Tampoco es que tuviera una
necesidad loca, pero, ya que pasaba por ahí, aprovecharía la ocasión de
desbeber el poco líquido que me quedaba dentro del cuerpo después de haber sudado de lo lindo.
Entré y me quedé inmediatamente
impactado. Paralizado. Algo no encajaba en mis esquemas. Hubiera pensado que ni
en los míos ni en los de nadie, pero no era así. Al menos, quien había diseñado
estos “Servicios” tenía un concepto diferente al de la gran mayoría de las
personas sobre compartir según qué momentos. Y, a tenor de las huellas, sus
usuarios tampoco le ponían remilgos al diseño.
Miré a mí alrededor. Aquél no era
sitio para plantearse la posibilidad de uno de esos programas de cámara oculta.
Nadie se viene tan lejos a hacer algo semejante.
Volví a salir, a comprobar si en la
puerta o inmediaciones había algún tipo de cartel que indicase vete tú a saber
qué, pero no advertí nada más que lo que ya antes había visto, un rótulo
perfectamente colocado: “Servicios”. Me pareció extraordinariamente precisa la
concordancia de número con la realidad, porque, en efecto, se trataba de
“Servicios”, en plural y no de “Servicio”. Tampoco había referencia alguna, como suele ser habitual,
al género. Ciertamente, tanto servían para el masculino como para el femenino y,
por qué no, puestos a enredar, tal vez una ¿embarazosa? combinación de ambos.
Volví a entrar: dos tazas, un porta rollos de papel... vacío en uno de los lados, una escobilla, una papelera casi a rebosar... ¡Estaba diseñado para compartir!
Con pudoroso
apresuramiento, acometí la fugaz tarea que me había llevado hasta allí,
reconociendo que, de haber tenido una necesidad de carácter más intestinal que
vesical, no hubiera sido capaz de acometer la tarea ante la incertidumbre de
una repentina compañía. Uno tiene su pudor.
Entre tanto, mirando de soslayo
hacia la puerta, comencé a aventurar numerosas posibilidades de un encuentro
entre diferentes tipologías de personas atendiendo a su expresión evacuatoria:
los rápidos, los estreñidos, los que entretienen el momento con una lectura, los
silenciosos, los que aprietan acompañándose de breves y agudas exhalaciones
guturales fruto de una exigencia abdominal puntual y exagerada …
¡Qué bonito momento para
confraternizar!
¡Qué no decir de las
posibilidades que proporciona la combinación de elementos gaseosos! Esas
difíciles digestiones que originan un incontenible torbellino, imaginad, en un
concierto a dos… ¿voces?
Y si resulta sugestiva la
propuesta auditiva, ¿Qué decir de la olfativa? Poder jugar a identificar qué ha
comido tu espontaneo y efímero compañero de apreturas, a analizar la proporción
de la siempre diferente combinación de hidrógeno, anhídrido carbónico,
nitrógeno y metano, fruto del ímprobo trabajo de la flora bacteriana tan
particular que habita en nuestro intestinos…
Supongo que no es necesario que
escriba mucho más. Vuestra imaginación resulta muy capaz de completar, con
múltiples alternativas, variadas y coloridas escenas dentro de este sorprendente
habitáculo.
Nunca los tres estados de la
materia, sólido, líquido y gaseoso pueden encontrarse tan íntimamente unidos
como en semejante lugar.
Y llegados a este punto,…Pásame el papel que voy terminando.
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