domingo, 24 de agosto de 2025

FUEGO. SOLO FUEGO.

 



Alcanzamos el collado al mediodía. Desde los coches, más de treinta minutos de camino con la herramienta, tragando humo y un calor extremo, aunque todo eso quedaba al margen, el cosquilleo en las tripas tenía origen en la incertidumbre de nuestra misión.

Al coronar, Claudio dio indicaciones de esperarle, “comed algo y descansad un poco. En diez minutos estaré de vuelta. Lino, estate atento a la emisora”. Después, marchó monte arriba hasta unas peñas, donde le perdimos de vista. Sin duda estaba buscando la mejor manera de dar ese contrafuego que resultaba crucial para detener el avance del fuego.

Tardó más de una hora en regresar y no lo hizo nada satisfecho. “El frente sube muy deprisa, el viento no nos favorece y se nos echa el tiempo encima”. Cogió la cantimplora y dio un largo trago.  “A la faena. Vamos a bajar cien metros por donde hemos venido. Haced línea desde aquellos peñascos. Moveos deprisa. Hay poco tiempo”

Sin mediar palabra nos colocamos el casco y las gafas, revisamos el equipo y comenzamos la tarea. Lino iba por delante indicando la traza y revisando el trabajo. De vez en cuando tiraba de azada para rematar algún punto. “¡Venga va! ¡Esto va bien! ¡Cien metros más y respiramos un poco!”. El humo oscurecía la tarde. El sudor, mezclado con el polvo, bajaba por la frente filtrándose por el borde de las gafas, ya desgastadas, provocando en los ojos un picor insoportable. Pero no se podía parar. “¡Mantened el ritmo! ¡Vamos, ánimo!”. La garganta reseca, los músculos fatigados, el humo dificultando la respiración. Cien metros más.

“¡Hasta el canchal!” Volvió a gritar Claudio. “Y después volvéis y os repartís por la línea” “¡Las dos mochilas con Lino!, Y guardad agua. ¡Por aquí no hay donde recargar!”

Un rato después Claudio estaba en la parte alta de la línea. Inmóvil, con todos los sentidos alerta percibiendo la evolución del viento, esperando notarlo a la espalda, momento en el que arrimaría la antorcha al matorral, ralo por la altitud, para iniciar la quema. Odiaba hacerlo. Odiaba el fuego. Llevaba más de veinte años de agente y no le gustaba nada quemar, aunque todos los años le tocaba. Sabían de su destreza, su prudencia, su serenidad en momento críticos y siempre le encomendaban el lugar más complicado. No podía quejarse, a su vez, él siempre reclamaba a Lino a su lado. Sin Lino y su gente, no había quema. Se entendían con una sola palabra, que casi siempre era innecesaria, bastaba una mirada.

“PMA de Claudio. Autorización para comenzar la quema. Te advierto que sigo sin verlo claro.”

“Claudio, adelante. Empieza. No queda otra. O lo intentamos parar ahí o …, sabes que no hay otra manera. Tú puedes hacerlo. Ve informando como vais”

Una mirada más hacia la parte alta del collado. El humo estaba muy cerca. El resplandor rojizo del frente anunciaba la llegada de la bestia.

“Que esta llama te reviente y te devuelva al infierno” “A ti y al diablo que te prendió” murmuró iniciando el goteo de la antorcha.

Como si de un ser vivo se tratara, las primeras llamas recién alumbradas oscilaron titubeantes, hasta que la ligera corriente ascendente las empezó a tumbar ladera arriba, hacia el collado, tal como debía ser. Pronto, la línea de fuego creada, fue trepando, devorando matas y pasto, dejando una superficie negra cada vez más ancha, bien sujeta en la línea de defensa practicada un rato antes. Todo correcto.

Alcanzaron las peñas en menos de treinta minutos, justo cuando el frente asomaba por el collado. Las cuentas de Claudio no fallaban. El viento lanzaba las primeras llamas ladera abajo, pero el cambio de topografía y de combustible lo debilitaba. Ese era el momento. Era la única oportunidad. 

Todas sabían lo que venía a continuación y tanto era el deseo como el temor de presenciarlo. Nunca se acostumbrarían al rugido de los dos frentes de fuego entrar en contacto. El inmenso poder destructivo del incendio enfrentándose a sí mismo. Como una feroz pelea entre dos bestias mitológicas, las llamas chocaron entre sí, provocando un ruido ensordecedor. El frente se detuvo, pero aún quedaba trabajo.

Controlar las pavesas. Controlar las pavesas. Controlar las pavesas. Un mantra grabado en la mente de todos los miembros del equipo. 

Lino sabía que ahora era crucial consolidar la línea de defensa, que no la traspasara el fuego. Que ninguna partícula incandescente prendiera del otro lado. De ser así …, no se atrevía a pensar donde pararían este monstruo. Una sola cuadrilla para tanta superficie… pero un incendio tan grande obligaba a distribuir medios por muchos kilómetros de perímetro activo.

“Taco, ¡tira agua!¡Tira agua, que se pasa!” Taco, que había ayudado a su padre con el ganado antes de que éste lo dejara, había aprendido a saltar por el monte como las cabras, y aún con la mochila a la espalda voló en segundos ladera abajo. Llegó en un suspiro, accionando el difusor con un chorro bien dirigido, pero, de inmediato, unos metros más abajo el pasto comenzó a arder. En unos instantes, todo lo que estaba a su vista se llenó de puntos incandescentes que, como luciérnagas, volaban empujados por el viento desde la ladera opuesta.

“Lino, ¡No me queda agua!” “Vosotros ¡Aquí! ¡Batefuegos! Rápido, dale, que se nos pasa”

 “Claudio para Lino!”

“Lino”

“Se nos pasa, tío. ¡Están lloviendo pavesas y ¡todas prenden!”

“Hay que detenerlo, Lino. Si sigue, baja al pueblo y si entra en el robledal es imparable”

“Lo sé, pero no podemos hacer nada. Pide descargas”

“Aquí no pueden volar los helicópteros. No hay nada de visibilidad, de sobra lo sabes. Inténtalo Lino, cuida a los chicos”.

Claudio observaba desde el alto del collado. Era imposible. Cada veinte o treinta metros afloraban nuevos focos caídos desde el cielo.

“PMA de Claudio”

“Adelante, Claudio”

“Paramos el frente, pero una lluvia de pavesas está prendiendo en la cara eco. No podemos controlarlo. Va contra el pueblo. Manda allá para defenderlo. Calculo que tienes treinta minutos. Saco a mi gente. Vamos a los coches y bajaremos, a ver si da tiempo. Se está formando un frente nuevo a toda velocidad”

“Saca a la gente. Defendemos el pueblo. Id para allá”

No hubo manera. El fuego arrasó el pueblo y continuó avanzando por el valle, cabalgando entre las copas de los árboles, el matorral o las zonas de pasto. La ausencia casi total de humedad en la vegetación y el intenso calor hacían invencible a aquél desmesurado elemento de la naturaleza, capaz de destruir todo lo que encontraba. Y cuando las llamas  parecían debilitarse, el viento, otras veces aliado, esta vez implacable y desalmado, acudía en su ayuda, cambiando la dirección del frente, o empujando pavesas para iniciar otros nuevos.

Claudio, Lino y su cuadrilla lo intentaron una y otra vez, igual que el resto del operativo desplegado cerca del pueblo, desbordados de tanto trabajo, al límite de sus fuerzas, atentos a escapar del enorme riesgo que corrían, evitándolo casi siempre por experiencia y algunas, por suerte.

Un valle tras otro, una cordillera tras otra. Todo lo que alcanzaba la vista.

Anochecía cuando Claudio miró al cielo y entre una densa cortina de humo, vio volar una pavesa. Arriba, arriba… 

Cerró los ojos y se le formó una lágrima con la última gota líquida de su cuerpo. Al abrirlos, encontró la luna convertida en una bola de fuego.

Contempló extrañado la luna ardiendo. Miró el sol, ocultándose tras las montañas, rojo de furia por la insolencia. 

Fuego, solo fuego allí donde girase la vista.


5 comentarios:

  1. Wow…..una batalla desigual

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  2. Desgarrador. Pero un gusto de lectura

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  3. Sólo quién ha vertido lágrimas desde un cuerpo exhausto es capaz de transmitir el dolor de esa última gota. Gracias a todos los que estáis a la cabeza de esta batalla de davides contra un goliat inmenso.

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  4. En todo el horror, recordar lo más valioso....
    Sí, un gusto de lectura.

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  5. Crudo, real e intenso. He vuelto a estar ahí. Espléndido relato. Gracias

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