sábado, 22 de febrero de 2025

¿LO LLAMARÁ “CASA”?

 


Primero fue “aquello”.

De entrada, no encontraba la manera de encajarlo en el entorno. Si había un lugar en la ciudad en donde, quienes quiera que mandasen en ella, estaban haciendo un esfuerzo por dar una imagen moderna y de cierto progreso, era éste. Que lo estuvieran consiguiendo es otro cantar. Deambular por esas avenidas céntricas era encontrar un chocante muestrario de modernas construcciones, cuyo conjunto hacía difícil entender que hubieran sido levantadas siguiendo algún tipo de planificación, despreciando la estética como atractivo o el orden como objetivo, sumando hormigón y cristal, planta a planta, hasta alcanzar la mayor altura posible.

Salpicados entre ellos, como restos de un pasado más acorde con la pobre realidad del país, quedaban algunos edificios antiguos de una o dos plantas que a duras penas aún se mantenían en pie, chamizos de los materiales más inverosímiles, cuyas fachadas golpeaban, a pie de calle, la pretenciosa pulcritud de tiendas de moda, cafeterías, bancos y oficinas de multinacionales, todo ello habitado por una bulliciosa población que parecía más preocupada por demostrar su modernidad y estatus social que por la realidad de lo que ocurría a pocas manzanas del flamante “new city center”.

Caminar sin rumbo fijo, sin un mapa y sin intención alguna de encontrar algo en particular, te hace ir y venir por lugares fuera de “lo visitable” y, en consecuencia, darte de bruces con la realidad que no se puede esconder.

Y así vimos, por primera vez, “aquello”. Adosado al muro de un solar y colocado sobre un bastidor de tubos metálicos, se asentaba una estructura formada por un viejo y medio oxidado panel de chapa ondulada, que un día debió formar parte de un vallado, doblada para darle forma de arcón y rematada con sendos recortes que lo cerraban en ambos extremos. Uno de ellos, la “puerta” disponía de un par de rudimentarias bisagras para facilitar el acceso. Un habitáculo de no más (más bien menos) de dos metros cúbicos.

Resultaba extraño, fuera de lugar, pero no cabía duda que “aquello” era una “vivienda”. Como poco, un refugio. El antecedente necesario y más rudimentario de lo que en algunas de las ciudades de los países más desarrollados y turísticos se ha dado en llamar “Hotel-cápsula”. Una vez más, la hiriente demonstración de la paradoja de los extremos que se vuelven a encontrar: la miseria de quien no tiene otro remedio que habitar en un lugar así, frente a la opulencia de las ciudades saturadas de turistas que se pueden permitir pagar una pequeña fortuna por tener acomodo – y gozar de la claustrofóbica experiencia- en la más sofisticada evolución del embrión original (eso sí, sin falta alguna de todas las comodidades modernas).

Con todo lo extraño que pudiera resultar la “espontanea pieza de mobiliario urbano”, aún escondía un inesperado complemento que confería un carácter privativo a aquél peculiar “nicho habitable”. El elemento clave, la pieza mágica, el “ser o no ser”, o tal vez sería mejor decir, el “tener o no tener” se disimulaba entre el reborde de la puerta y la chapa lateral. Su pequeño tamaño y su color, mimetizado con la lámina galvanizada, lo hacía pasar completamente inadvertido, pero ahí estaba la diferencia entre en nivel 0 y el 1 en la escala de la vida de aquél lugar: un minúsculo, insignificante e inapreciable dispositivo que significaba un gran salto para el hombre que poseía … la llave de aquél preciado, humilde, sencillo y frágil candado.

De lo que albergase el interior de aquel habitáculo se pueden hacer todas las conjeturas que cada uno quiera, aunque mejor sería ser prudentes. Por otros semejantes que pudimos ver (que no fueron pocos) y que no tenían “puerta”, el contenido no era más que un amasijo en completo desorden de telas, plásticos y sacos, es decir, a semejanza de lo que ocurre en casi todas las especies que habitan el planeta: lo más parecido a un nido. Un pequeño escondite del que refugiarse de las lluvias, abrigarse del frio y pasar las horas de oscuridad de la noche al amparo de la más básica y tosca protección.

Y si lo primero fue “aquello”, lo segundo fue “aquél”.

Unos pasos más allá, recostado contra el mismo muro, protegiéndose del frio suelo con un simple e insuficiente cartón y con una chaqueta sobre el cuerpo, un hombre dormía a la intemperie en pleno día.

El nivel 0.

A pocos metros del cubículo de chapa, el candado cobraba sentido y justificaba su existencia.

Cuentan de un sabio que un día / tan pobre y mísero estaba,

que sólo se sustentaba / de unas hierbas que cogía.

¿Habrá otro, entre sí decía, más pobre y triste que yo?;

y cuando el rostro volvió / halló la respuesta, viendo

que otro sabio iba cogiendo /las hierbas que él arrojó.

 

Y los versos de Don Pedro, que con tanto cariño recuerdo de mi infancia recitados por mi padre, se hacían carne en el teatro de la vida.


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