AGOSTO 2024.
Facebook. A las pocas horas de
producirse, ahí estaban las imágenes y los videos grabados desde distintos puntos, fotos
captadas desde diferentes ángulos, con toda su crudeza. Para la montaña, una
simple lágrima. Para las gentes del lugar, otro episodio más de la implacable e
inmisericorde fuerza de la naturaleza.
Y según las veía, sentía como si
alguien hubiera echado una moneda en esa “jukebox” de recuerdos que
todos tenemos dentro.
ABRIL 2016.
La aldea de Thame está fuera del masificado circuito del Everest y, por tanto, no goza de la prosperidad inducida por la avalancha de viajeros que lo visitan. Pocos montañeros paran por aquí; ni siquiera es necesario detenerse en ella para realizar alguno de los recorridos alternativos, como la cada vez más popular ruta de los “tres pasos”, camino el Renjo La o de regreso de este. Apenas unas decenas de hectáreas de terreno aluvial, una minúscula y fértil llanura cultivable.
Pero Nawan, nuestro guía, es
sherpa de Thame, así que, después de dejarnos instalados en un sencillo y acogedor
lodge, sigue ruta con los dos porteadores, Janak y Chan Ba, hasta su casa, a
pocos kilómetros de aquí. Son las cinco de la tarde y hasta el anochecer, aún
queda algo de tiempo para recorrer los alrededores. Paseamos sin rumbo fijo,
sin prisa alguna, deteniéndonos en cualquier pequeño detalle, por los senderos
que serpentean entre las paredes que delimitan las parcelas de
cultivo, construidas con la piedra desprendida de las gigantescas montañas que
se recortan en el rojizo atardecer. Seismiles de paredes verticales,
afiladísimas crestas, glaciares en equilibrio imposible, el reino del agua, el
viento, el hielo y la tormenta, y de un visitante frecuente, los terremotos, que alteran
constantemente la morfología del terreno, provocando gigantescos desprendimientos
que borran de un soplo la casi imperceptible acción humana en este territorio.
Aquí no es sencillo arrancarle a la tierra el sustento básico para mantenerse.
Alcanza para unos pocos yaks, un huerto y escasamente, para conservar viva la
esperanza de un porvenir, muy alejado del pasado, donde el tránsito de
caravanas de comerciantes desde y hacia el Tibet y sus conexiones con el norte
de Asia, era fuente inagotable de actividad para los sherpas y sus eficaces e
incansables animales de carga.
Caminamos entre pequeños
huertos y parcelas preparadas que esperan recibir una nueva siembra de patatas
a recoger antes del monzón. Apenas encontramos alguna persona que sigue nuestros
pasos con la mirada, una rendija entre arrugas, e inclina levemente la cabeza
en respuesta a nuestro saludo.
Cruzamos pequeños puentes que
salvan los arroyos que acuden a la llamada del poderoso Khure Kharka, el
río que recoge todas las aguas desde las cumbres del Kongde Ri y de sus
imponentes glaciares que cierran las alturas del valle por el oeste. Al pie de
alguno de estos puentecillos, apenas unas viguetas de hierro con unos pasamanos
de cable de acero a ambos lados, se puede encontrar una placa con el nombre de
una sociedad montañera de algún país europeo, Japón, Canadá, Estados Unidos…
Pequeños gestos, pero de valiosísima ayuda, que surgen del corazón de las personas que han pasado por estos
lugares y sienten la necesidad de devolver una parte del enorme tesoro inmaterial
que se puede encontrar entre estas montañas y las gentes que las habitan … si
se tiene la voluntad de percibirlo.
Llegamos a la escuela de
Thame, único centro educativo de una amplia región, donde los pequeños acuden a
diario salvando distancias de más de dos horas de recorrido. El edificio y su
interior es tan sencillo y austero como lo es todo aquí, pero llama la atención
la limpieza, la pulcritud con la que cada pieza del material escolar y el
sobrio mobiliario está recogido y colocado. Un lugar construido y habitado con
cariño y respeto. En el exterior, próximo a la escuela, un pequeño vivero, no más de trescientos metros cuadrados, perfectamente cuidado, limpio
de toda hierba no deseada y atendido hasta el más mínimo detalle, alberga una
pequeña población de arbolitos preparados para ser trasplantados en el futuro a
estas poco hospitalarias laderas.
Monasterio de Thame |
El lugar más importante y conocido es el Monasterio de Thame, donde se celebra el más famoso festival religioso de la región: el Mani Rimdu. Veinticinco años atrás lo visité por primera vez y conservo un recuerdo imborrable de aquel momento. Nos alojábamos en Namche, porque entonces era imposible encontrar un lugar donde hospedarse en Thame, de manera que, para asistir al festival, decidimos recorrer cada día los diez kilómetros que separan ambas localidades, salvando los casi 400 metros de desnivel. Sin carga a la espalda y tras más de cuarenta días por encima de los 3000 metros de altitud, nos parecía la mejor alternativa para no perder detalle de las ceremonias. Allí los monjes, rodeados de fieles, hacían sonar continuamente sus dungchen, las larguísimas trompetas de cobre de hasta 7 metros de longitud que generan un profundo y grave sonido, junto con otras más pequeñas y agudas, tambores y pequeños platillos, mientras otros grupos desarrollaban curiosas danzas ataviados con máscaras, ropas y abalorios de múltiples y atractivos colores.
Al día siguiente vuelvo a tocar sus muros. Ha pasado mucho tiempo y muchas cosas desde entonces. Las huellas del terremoto reciente están marcadas en sus paredes, en el patio donde hace años se congregaban los fieles, ahora casi partido por la mitad y en las pequeñas dependencias que sirven de alojamiento. Cicatrices. Algunos monjes se esmeran en su restauración. Aquí no hay máquinas, todo se trabaja a mano con las escasas herramientas de las que disponen, aunque no parece que la prisa les acucie. Del interior del templo se escapa el monótono sonido de las oraciones.
Desde el monasterio, colgado
en lo alto de una ladera, se puede admirar todo el valle y las montañas que le
rodean. Es un lugar de íntima paz, donde se puede percibir y entender que son las reglas de la naturaleza las que gobiernan
la vida de sus habitantes, donde la quietud envuelve por completo la existencia.
El camino, el monasterio, los
monjes, la escuela, el vivero, la estufa del lodge, las paredes de los huertos,
los cuadernos apilados, el puentecillo, las oraciones …
Las redes sociales se hacen eco de una nueva tragedia natural en Thame. Una enorme avalancha de agua, lodo y piedras arrasó casi por completo la localidad, llevándose a su paso decenas de construcciones, muchas de ellas terminadas de reconstruir hace pocos años después del terremoto de 2015.
Lagunas glaciares que colapsaron para producir la avalancha |
Según los informes técnicos del gobierno nepalí,
uno o tal vez varios de los lagos glaciares de la cabecera de la cuenca colapsaron
a consecuencia de las lluvias recientes, sin que aún hayan podido aclararse las
causas exactas debido de la dificultad para el acceso a la zona.
Afortunadamente, el fenómeno ocurrió de día, permitiendo poner a todos los habitantes a salvo, sin que se hayan ocasionado víctimas, pero las pérdidas materiales son importantes, ya que, además de decenas de viviendas, la escuela y algunos lodges, el agua ha hecho desaparecer casi por completo todos los campos de cultivo de la zona arrastrados por el agua, la principal fuente de alimento de la población.
Humildad, coraje, entereza,
fuerza, tenacidad. Así es el pueblo sherpa.
" más de cuarenta días por encima de los 3000 ms de altitud"....bufff....qué bien! Imagino habéis ido despacio recorriendo ese país.
ResponderEliminarM. Yourcenar decía que " palpar la redondez de la Tierra" es la mejor forma de viajar.
Gracias, Ángel, por este bello recuerdo del pueblo Sherpa.